sábado, 10 de septiembre de 2011

Izquierda Conservadora.

Por Elios Edmundo Pérez Márquez/Agencia MANL

A la caída del muro de Berlín, en 1989, alguien decretó que había llegado el fin de las ideologías y la Izquierda, incluido el PRD, se la creyó.
De pronto, así, de facto, quedaban sepultadas las aspiraciones y las esperanzas de todos los pueblos que, a lo largo de su historia, han luchado contra la tiranía, por la libertad y por alcanzar mejores niveles de bienestar ya que, a fin de cuentas, la historia de la humanidad, es la historia de la lucha de clases.
A partir de entonces, en nuestro país, todos los partidos empezaron a circular por la misma vía; una especie de supercarretera, cuya construcción y puesta en marcha, implicó importantes modificaciones a la Constitución y un gasto gigantesco que, a los contribuyentes, les costaba una barbaridad; tal vez era por eso que, quisieran o no quisieran, todos los partidos tenían que usar esa superautopista, a pesar de que nunca se terminaba de construir y, por lo regular, siempre estaba en muy estado, congestionada y había que pagar peaje.
Pero la ley es la ley, y nadie la debe desacatar. Por lo tanto, nadie podía circular por caminos alternos, buscar atajos y, mucho menos, irse por la libre; so pena de ser sancionado por la patrulla de caminos que, inevitablemente, detenía al que pretendía rebasar por la izquierda, pero se hacía de la vista gorda con los que rebasaban por la derecha o con los que, simplemente, circulaban por ahí, sin ir a ninguna parte, estorbando, zigzagueando y retrocediendo, nada más para consumir el combustible y justificar el gasto.
En ese orden de ideas, los gobernantes en turno, amos y señores de las autopistas, que manejaban grandes vehículos, enfrentaban a una oposición que, aunque circulaba por la izquierda, no rebasaba ni se salía de su carril, respetaba los límites de velocidad y los señalamientos, y contaba con el visto bueno de la patrulla de caminos; una izquierda, dócil y educada, respetuosa del reglamento, con sus papeles en regla, licencia para conducir, tarjeta de circulación, y hasta verificación y tarjetón.
La izquierda, heredera de los grandes movimientos sociales en nuestro país, seguía siendo oposición, pero una oposición a modo, es decir, una oposición que respetaba las reglas del juego y no se brincaba las trancas: no pretendía tomar el cielo por asalto.
Era una izquierda que nos traía a la memoria la imagen del burrito persiguiendo a la zanahoria: corría y corría sin descanso, pero nunca alcanzaba a la zanahoria. Sin embargo, su esfuerzo, que no le servía para alcanzar la zanahoria, sí servía para mover la piedra del molino; dar, al exterior y al interior, una imagen falsa y justificar un oneroso gasto.
Por otra parte, al no tener un destino definido, los competidores de izquierda, pilotos improvisados en el difícil arte de la conducción, circulando por esos sinuosos caminos asfaltados, como decía José Alfredo Jiménez, descubrieron “que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar” aunque, por si acaso, “nunca pasaban por Salamanca, porque ahí le hería el recuerdo”, es decir, que era mucho más redituable circular y circular, llenar y volver a llenar el tanque de combustible, subir y bajar pasaje, pero sin llegar, nunca, a ningún lado.
Dicho de otra manera, allá por 1977, el sistema político mexicano, autoritario por naturaleza y sumido en una profunda crisis de credibilidad, inventó la Reforma Electoral; para lo cual, aprovechó el talento de uno de sus mejores ideólogos de aquel entonces: Jesús Reyes Heroles, quien fue el encargado de elaborar la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE), para permitir la participación de los partidos políticos y, de ahí para acá, ha venido ese constante reacomodo de las distintas fuerzas políticas que subsisten gracias a las prerrogativas que reciben por parte del Instituto Federal Electoral; siempre y cuando se conduzcan dentro de la reglamentación vigente, sin intentar dar de patadas al pesebre ni hacer muchas olas, pero con una ventaja: en caso de no obtener el triunfo, se harán acreedores a un premio de consolación.
Era evidente que un sistema político autoritario que, contra viento y marea, había prevalecido por más de sesenta años, no se iba a poner la soga al cuello pero, también, tenía que dar, hacia el exterior, una imagen de apertura y competitividad partidaria y, hacía el interior, abrir algunas válvulas de escape por el descontento popular de las mayorías que, poco a poco, iban encontrando nuevas formas de organización.
Esa Reforma Política del 77, le otorgó el registro tanto a Marxistas-Leninistas, como a Cristeros y Sinarquistas, y otros, incluidos liberales y nacionalistas. Con esto, los convirtió en entidades de interés público y los encaminó por un solo carril; los sacó de la clandestinidad y les dio la posibilidad de acceder a los cargos de representación popular, generar su propia burocracia y percibir grandes apoyos, en efectivo y en especie, y la izquierda perdió su verdadera esencia.
Luchadores sociales que, en los años 60s y 70s optaron por la vía armada o encabezaron importantes movimientos campesinos, estudiantiles, magisteriales, laborales y sociales; por el derecho a la tierra, a la educación, al trabajo y la vivienda, por lo cual, padecieron la persecución o la cárcel, de pronto, se vieron inmersos en la maraña electoral, administrando un edificio arcaico; elaborando un padrón de afiliados; imponiendo una sanción o disputando una curul, dejando de lado las demandas sociales que abanderaban, olvidando los principios en los que creían y posponiendo los ideales.
Las siguientes Reformas, sirvieron para reforzar lo ya establecido y quedó claro que, para tomar el poder, sólo hay una vía y una sola ley, y es, a los partidos políticos nacionales con registro, a los que les corresponde realizar esa tarea. A nadie más.
Para el próximo 2012, no hay partido político que tenga claro cómo combatir la desigualdad, ni que intente desafiar al capital e imponer la fuerza del Estado y, mucho menos, que pretenda transformar el actual sistema político y económico que impera en nuestro país.
Por otra parte, el PRD, en tanto entidad de interés público, está obligado a respetar la Ley y, a pesar de sus divisiones internas y falta de institucionalidad, competir en esas elecciones; sus dirigentes, tienen la obligación, política y moral, de ofrecer una alternativa a tanta gente que le ha brindado su apoyo y mira, con escepticismo cómo, en teoría, los perredistas se dicen abanderados de las mejores causas pero, en los hechos, repiten los mismos esquemas del peor PRI del que se tenga memoria.
Incluso, se puede decir que, con el tiempo, la Izquierda institucionalizada se alienó al viejo sistema que decía combatir, ya que, sin duda, en la actualidad, existe un gran parecido entre el PRD y el PAN; tal y como antaño, lo había entre el PAN y el PRI: oposición, pero sin tomar el poder, competir, pero no para ganar; que todo cambie, para que todo siga igual.
Los Diputados de la oposición, otrora combativos, preparados, adoctrinados; conscientes del papel histórico que les tocaba jugar y los principios que defendían, usaban la tribuna más alta de la nación, para dar la batalla por las reivindicaciones de un pueblo sometido; hoy, con honrosas excepciones, son más una caricatura, que verdaderos representantes populares del mismo pueblo que, en 22 años de vida que tiene el PRD, no ha visto mejoras sustanciales en su forma de vida y sí, en cambio, en la vida de lo que se dicen sus representantes.
Imposible negarlo. Hoy, para ser Senador, Diputado o Regidor del PRD, no hace falta preparación, ni política, ni académica; no hace falta compromiso partidario, principios, ideología, honestidad, ni valentía; no importa la trayectoria, la experiencia, la capacidad, basta con ser incondicional de algún jefe de los grupúsculos que detentan el poder al interior del Partido.


En el 2012 la Izquierda se juega su destino, el destino de un pueblo que nunca ha dejado de luchar: el pueblo de México. Hasta el día de hoy, la consigna para la Izquierda ha sido: “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Esto no puede seguir así; ahora, se trata de disputar, al PRI y al PAN, el territorio, el poder político, el futuro de la Nación y no olvidar que el PRD es el resultado de la lucha de varias generaciones; que costó la vida de cientos de compañeros; que, los que ganaron cargos de representación popular el 2006, los ganaron gracias a un efecto, en la mayor votación que ha obtenido la Izquierda en toda su historia y que, esos que ganaron en el 2006, no ganaron en el 2009.
El último Congreso Nacional del PRD no arrojó ningún resultado positivo, ni dejó ninguna muestra de cambio sustancial en sus estructuras, sino que, como siempre, quedó claro que los grupos y corrientes, tienen la intención de mantener sus cuotas de poder y el control de un “aparato” ya muy desgastado y desprestigiado ante los ojos de la sociedad; sobre todo, si tomamos en cuenta que, más destacable de ese Congreso fue el descomunal gasto de 12 millones y medio de pesos.
Por cierto: la lucha de clases, existe; con la novedad de que el gran capital, va ganando y los desposeídos de siempre, van perdiendo, y por goliza.

eliosedmundo@hotmail.com

viernes, 15 de abril de 2011

MUCHOS AÑOS DESPUÉS…II PARTE Y ULTIMA

Por Elios Edmundo Pérez/Agencia MANL

Todo iba bien. Heberto respondiendo ampliamente a las preguntas que le hacían Gabo y Bernardo, mientras yo, experto en la materia, accionaba el disparador de la cámara, intentado captar las mejores imágenes.

Y, entonces, sucedió. De pronto, como si se me hubiera revelado un gran secreto largamente guardado, me di cuenta de que me encontraba en presencia de uno de los personajes más enigmáticos del siglo XX: el hijo del telegrafista de Aracataca; el esposo de Mercedes; el amigo personal de Fidel Castro, de Pablo Neruda, Carlos fuentes y Julio Cortázar; el enemigo declarado de Pinochet: un escritor fuera de serie; precursor del realismo mágico latinoamericano; autor de una novela, publicada en 1967, que había marcado a toda una generación, de éste y del otro lado del planeta: una novela grandiosa, llena de magia y alegorías, y que, según él mismo decía, “sin saber por qué, se seguía vendiendo como salchichas”.

Me puse muy nervioso. Era demasiado para mí. En efecto, en aquel entonces, Gabriel García Márquez era tan popular como un futbolista, como un boxeador o un beisbolista, y su presencia en lugares públicos ocasionaba tumultos. Todo hijo de vecino, que se respetara a sí mismo, tenía que haber leído ya, alguno de sus libros. Los medios de comunicación, la prensa, el radio, la televisión, lo querían entrevistar; todo lo que decía era noticia. Los directores de cine, de todo el mundo, querían comprar los derechos de sus obras para hacer películas; los actores y actrices querían interpretar sus personajes; los nuevos escritores querían escribir como él, y todo el mundo quería leer sus libros. Y eso que llevaba varios años sin publicar.

Era demasiado privilegio para mí, un joven fotógrafo de 25 años, que en 1969 había leído, por primera vez, Cien Años de Soledad; un libro que, como a todos los jóvenes de mi generación, además de marcarnos, nos hizo voltear hacia nuestros pobres países, llenos de historias y leyendas, de tradiciones y costumbres; una espléndida novela que, veinte años después, este servidor, convertiría en un cuento infantil y se lo contaría mis hijos para que tuvieran una idea, poética y aproximada, de cómo se inició el mundo.

Y eso no fue todo. Terminada la entrevista, García Márquez me preguntó si podía tomar unas fotografías a los otros personajes que entrevistaría. Claro que acepté y, además del ingeniero Castillo, tuve el gusto de retratar a Theotonio Dos Santos, economista brasileño; a Pedro Vuskovic, ministro de economía en el gobierno de Salvador Allende, y a Valentín Campa, candidato del Partido Comunista Mexicano (PCM) a la presidencia de la República, en 1976.

La memoria es caprichosa. A veces, nos permite recordar cosas que ya creíamos olvidadas para siempre y, otras veces, nos hace olvidar cosas que siempre quisiéramos tener presentes. Tengo muy presente el día que llegué a entregar mis fotografías. Lo tengo muy presente porque, además de que me pagaron un buen dinero por ellas, me enteré de la verdadera razón por la que, dos años antes, sin motivo aparente, Mario Vargas Llosa propinó un puñetazo en pleno rostro a su hasta entonces amigo Gabo, y le dejó el ojo morado.

Por si esto fuera poco, fue la primera vez que escuché el relato de unos niños que, por las noches, dentro de su casa, navegaban en una canoa y, un día, amanecieron ahogados en un océano de luz. He leído muchas veces el cuento “La luz es como el agua”, que se publicó como 20 años después. Sin embargo, a mí, me gusta más, me suena más, tal y como lo escuché aquella noche en voz de su autor, pero esa… es otra historia, al igual que los comentarios que GGM me hizo, después ver mis fotografías.

Considero un buen momento hacer este relato por el homenaje que se rinde en Bellas Artes al entrañable Gabo; porque sigue vivo y fructífero y porque, hoy más que nunca, “Cuánto Heberto falta para tan maltratada nación”. Sí. Por la literatura, la congruencia y la libertad de expresión (y, si me lo permiten, por la fotografía).


eliosedmundo@hotmail.com

sábado, 2 de abril de 2011

MUCHOS AÑOS DESPUÉS…I PARTE


Por Elios Edmundo Pérez Márquez/Agencia MANL

Conocí a Gabriel García Márquez, allá por 1978 cuando, en su calidad de periodista, visitó las oficinas del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), ubicadas en el octavo piso de Bucareli 20. Venía acompañado de Bernardo García, editor en jefe de “El Manifiesto de Colombia”, quien había llegado a México para realizar una serie de entrevistas con algunos personajes relevantes de la vida política latinoamericana; algunos, nacionales y otros que, por diversas razones, vivían en nuestro país.

Radicado aquí desde hacía mucho tiempo, conocedor del entramado político mexicano y, según lo dijo en el transcurso de la entrevista, fue el propio García Márquez quien sugirió a Bernardo García que entrevistaran a Heberto, ingeniero, inventor, articulista del diario Excélsior, preso político por su participación en el movimiento estudiantil de 1968 y quien, junto con otros luchadores sociales, había impulsado la creación y era Presidente del PMT, un partido nacionalista, de auténtica oposición, “capaz de dirigir a los explotados en la histórica lucha contra sus explotadores”.

Además, por esos tiempos, Heberto había impulsado la defensa de nuestros recursos naturales, especialmente, el petróleo, y sostenía un fuerte debate con funcionarios del gobierno de ese entonces, basado en una teoría que, a la fecha, sigue vigente: “el petróleo crea riqueza donde se consume, no donde se produce”. Esos razonamientos, aunados a la brillante trayectoria del ingeniero, habían conmocionado a la opinión pública nacional y le habían traído un amplio reconocimiento internacional.

Era un entrevista secreta, pactada a las siete de la noche pero, como suele suceder en estas situaciones, alguien se fue de la lengua, la información se filtró y muchos nos enteramos; particularmente, Rodolfo Torres y yo quienes, al filo del mediodía, nos dimos a la tarea de visitar alguna librería del centro, para comprar un libro de Gabriel García Márquez, esperando obtener un autógrafo pero, por increíble que parezca, nos costó mucho trabajo encontrar uno.

Visitamos las viejas librerías de las avenidas Hidalgo, Juárez y San Juan de Letrán; las calles de López, Dolores y Villalongín, pero nada. No había un solo libro de GGM, ni nuevo ni viejo y, quién sabe por qué, pero la Librería de los Trabajadores, ubicada en la calle de Independencia, se encontraba cerrada y las Brigadas que, todos los días, nuestros compañeros instalaban alrededor de la Alameda Central, esta vez, no estaban. Y fue hasta una pequeña librería de Balderas, cuando ya veníamos de regreso, muy desilusionados, donde conseguimos dos ejemplares del “Relato de un Náufrago”; los compramos y regresamos a toda carrera, porque ya era muy tarde.

El caso es que, mucho antes de la siete de la noche, Rodolfo y yo estábamos apostados en el sexto piso de Bucareli 20, junto al elevador, a la espera de nuestro distinguido visitante, con nuestro libro bajo el brazo, para recibir el valioso autógrafo. Por supuesto, no éramos los únicos. Veladamente, algunos dirigentes del PMT y uno que otro militante, se asomaban de cuando en cuando, para ver si ya había llegado y, por lo menos, saludarlo y estrechar su mano.

Heberto Castillo Martínez, ingeniero de profesión, veracruzano de origen, revolucionario por convicción, casado, padre de cuatro hijos, llegó puntual a la cita y no le extrañó la presencia de tanta gente. Aunque lo hubiera querido ocultar, la visita de tan distinguido personaje inundaba el ambiente: olía como a guayabas.
Tampoco le extrañó verme con la cámara fotográfica colgada al cuello. Además de tener mi trabajo, yo era el fotógrafo oficial y responsable de distribuir la revista Insurgencia Popular, órgano de difusión del PMT, y ahí, en el octavo piso, teníamos montado un cuarto oscuro para revelar fotografías en blanco y negro.

Minutos después, con botas, pantalón y suéter negros, y una chamarra a cuadros negros y rojos, llegó Gabriel García Márquez, acompañado de Bernardo García, y saludaron de mano a todos los presentes, mientras yo activaba la cámara e intentaba captar el rostro sonrojado de Eduardo Valle, el Búho; la sonrisa de oreja a oreja de Rodolfo y las actitudes nerviosas de todos los demás. Me extrañaba no ver a Moscoso, a José Luis, a Flora y Saúl, a Lalo, al doctor Pineda, ni a Alfonso Rodríguez. Seguro que estarían encantados. No cabía ninguna duda: “de lo que se estaban perdiendo” y, después, lo iban a lamentar mucho.

Me acerqué a García Márquez y le entregué el ejemplar del “Relato de un Náufrago”, para que me concediera un autógrafo y, en su sonrisa franca y fresca, descubrí que, en efecto, ver que sus libros eran leídos por jóvenes como Rodolfo y yo, le producía una emoción que, sólo quien tiene el oficio de escritor, puede sentir.

Seguí tomando fotos y, cuando el ingeniero saludó a Bernardo García, Gabo se acerco a mí y me preguntó si era posible que yo permaneciera durante la entrevista, para tomar unas fotografías de Heberto. Por supuesto, dije que sí, pero lo consulté con el ingeniero, quien aceptó de buen grado que yo estuviera presente en la entrevista; mas no así con Rodolfo, a quien dirigió una severa mirada cuando intentó colarse, y no le quedó más remedio que desistir de su intento.

La entrevista transcurrió sin contratiempos, con un Heberto certero, fluido, ameno, enciclopédico; un Gabo, atento, cordial, afable, extremadamente sencillo, y un Bernardo, alegre, contentísimo, pendiente de la grabadora y de dónde tenía que tirar la ceniza de su cigarrillo, pues era el único que fumaba y no había un cenicero.

La fotografía, decía mi inolvidable maestro Jorge Ríos, es magia. Aunque, prácticamente, todo ya ha sido fotografiado, lo que hay que hacer es fotografiarlo desde otro ángulo, una y otra vez. Todo se puede hacer con la fotografía; escribir con la luz y con las sombras: el crepúsculo y el amanecer, el nacimiento de una flor, el vuelo de un ave, la sonrisa de una mujer, el primer paso de un niño, una lágrima de adiós, una mirada furtiva.

Gabriel García Márquez, colombiano, escritor, casado, padre de dos hijos, tenía exactamente la edad que representaba: 51 años cumplidos: uno más que Heberto Castillo y, sin embargo, se veía mucho más joven. Y es que la cárcel y la tortura, aunque fortalecen el espíritu, acaban con el físico de cualquiera. Y esas dos edades las captó una fiel Pentax, en las fotografías que se publicaron en El Manifiesto de Colombia, y en una que, medio rota y maltratada, sobrevivió y fue rescatada de entre los escombros de Bucareli 20, luego de los sismos de septiembre de 1985, y que el día de mañana se publicará en este mismo espacio.


eliosedmundo@hotmail.com