viernes, 2 de marzo de 2012

Picando la Salsa: "Corrupción en la Política"

Por David Esquivel/Agencia MANL

Hay mucho odio; resentimiento, e incapacidad mezclados en la lucha contra los narcotraficantes, específicamente, porque los narcotraficantes podrían segregarse del resto de lo que el Código penal considera como delincuencia organizada, aún cuando por la misma ley son considerados delincuentes y por lo mismo lo son sin acotamientos, mientras la producción, transportación y distribución de drogas no se despenalicen; sin embargo, cuanta culpa tiene el sistema de gobierno para que ellos se conduzcan con tanta crueldad, que provoca el resentimiento social de la ciudadanía hacia las dos partes enfrentadas, porque el ciudadano no sólo reciente el daño colateral ocasionado por los narcos, sino también, el producido por el gobierno en su lucha capaz de combatir; pero incapaz de vencer mientras haya motivos para que más y más personas se sumen a las filas “narcas”, porque, el gobierno, combate contra personas en lugar de combatir las razones que provocan que ésas personas se vayan a las filas del narcotráfico y al uso de las drogas.

Evidentemente, entre los delincuentes hay consuetudinarios depredadores por naturaleza y holgazanes que no les gusta trabajar; y otros que de plano la necesidad los arrastró a delinquir, los tres tipos conforman las filas de los narcotraficantes; pero la mayoría son personas obligadas por la necesidad, la falta de oportunidades de trabajo con salarios justos y el resentimiento provocado porque, a pesar de trabajar las ocho horas reglamentarias, viven como parias o con el bendito en la boca agobiados por satisfacer las necesidades primarias para mantener a sus familias; mientras, frente a sus narices, pasan lujosos autos tripulados por políticos y servidores públicos que desayunan, almuerzan y cenan en caros restaurantes, visten buena ropa, los acompañan bellas mujeres; tienen sirvientes asesores y lujosas oficinas, entre otros privilegios pagados a costa del erario bajo el rubro de gastos de representación personal, que les deja libre de polvo y paja el estratosférico salario que ganan; más el diezmo producto de la corrupción y los negocios chuecos hechos a la sombra del gobierno sin que, en la práctica, nadie los llame a cuentas o los enjuicie, aún cuando sus conductas están tipificadas como delitos en los códigos penales; la impunidad que gozan y la ostentosidad que lucen ante los jodidos muertos de hambre provoca que también ellos, los muertos de hambre, quieran hacerse de dinero fácil y ricos los más pronto posible, y la alternativa la ven en el narcotráfico, aunque en el intento les vaya la vida; es ”preferible a vivir como pobre guey”, trova un narcocorrido.

La falta de empleos; oportunidades para vivir dignamente; la explotación; el engaño de que son objeto y la impunidad con que delinquen los políticos servidores públicos son el caldo de cultivo que alimenta al ejército del narco, engrosado por resentidos sociales, delincuentes consuetudinarios; y personas ambiciosas de poder y dinero y, además, gente sin trabajo; mientras no se combatan estas causas el gobierno no podrá ganar su guerra contra el narcotráfico; nada más para citar un ejemplo hay que ver lo revelado por un estudio realizado por el Instituto de Investigaciones Económicas (IIE) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), según el cual, los jóvenes de mayor preparación académica son el sector más golpeado por el desempleo en México, pues muestra que 66 por ciento de ellos laboran en la informalidad, lo que los convierte en más pobres y vulnerables; no es casualidad, pues, que, la mayoría, de combatientes del narco y consumidores de droga sean jóvenes, unos para ganar dinero y los otros para ahogar su frustración ante la falta de oportunidades.

Cambiar las inclinaciones naturales del instinto criminal de los delincuentes es, casi, por no decir totalmente imposible, si fuera posible modificarles la conducta bastaría con las cárceles y la ignominiosa vida que dentro de ellas viven los penados; al gobierno no le queda más que encerrarlos y mantenerlos a costa del erario; es irónico que se gaste más en casa comida y sustento para los presos, de 128 a 150 pesos diarios, que en apoyo a los estudiantes universitarios, alrededor de 35 pesos al día y menos se invierta para los escolapios de educación básica, en la cual los padres salen poniendo.

Pretender que los políticos renuncien a sus estratosféricos salarios, canonjías y privilegios se antoja, también, casi imposible; pero podrían moderarse hasta el grado que la ciudadanía los acepte, porque, finalmente, la cosa pública es un trabajo difícil y sería tonto querer que los servidores públicos anduvieran andrajosos, muertos de hambre y vivieran de prestado, nada más para no despertar envidias entre los marginados, resentidos sociales o ambiciosos; lo que molesta es el abuso, el hartazgo y la impunidad con que se mueven ante millones de pobres, que cada día son más en lugar de ser menos; molesta que hagan de la política una actividad depredadora para hacerse ricos fácil y deshonestamente a costa del erario, en lugar de resignarse a vivir en la modesta medianía que les permite su salario, como lo postuló en su tiempo Don Benito Juárez; los dos casos son salvables si se aplicara cárcel a los delincuentes, incluidos los políticos corruptos, y modestos salarios para quienes trabajan en la cosa pública; sin embargo, se hace difícil superar la situación de marginalidad en que viven millones de mexicanos, porque se les niegan mejores condiciones de vida y son excluidos de la riqueza nacional; no obstante, sacarlos de la pobreza y del peligro de caer en las redes del narcotráfico si es posible, si el gobierno quiere, sólo basta con que haya un reparto más justo de la riqueza, para lo cual es necesaria buena voluntad política y sentido social justo del ejerció de gobierno a favor de los necesitados, pobres, trabajadores, obreros, campesinos y empleados de clase media, quienes actualmente sólo ven pasar la riqueza entre las manos de quienes integran las mafias políticas, altos líderes y empresarios que engañan, manipulan y explotan, respectivamente, a sus gobernados, representados y trabajadores, muchos de los cuales ven en las filas del narcotráfico una posibilidad de salir de jodidos aunque tengan que enfrentarse cara a cara con quienes depredan la cosa pública sin que haya quien les aplique la ley, a los políticos, porque ellos hacen las leyes y las aplican a su discreción.

Los Narcos son delincuentes; pero, qué son los políticos corruptos que han corrompido al pueblo al grado de hacerlo creer que la corrupción es el único camino para la convivencia social, arreglar asuntos y hasta para elegirlos en cargos públicos.

Comprar votos; repartir despensas en tiempo de elecciones; pedir injustificadamente la credencial de elector, entre otras acciones, son delitos electorales tipificados en la Ley Electoral; desviar o hacer mal uso de los recursos públicos son delitos penados en la Ley de Responsabilidades Para Los Servidores Públicos; y así, una tras otra podría citar las leyes violadas por muchos políticos y servidores públicos delincuentes en flagrancia ¿acaso no son también delincuentes? Delincuente es quien comete delito, violar las leyes arriba citadas es delito, luego entonces, los políticos que las quebrantan son delincuentes; no obstante, se diferencian de los narcos, porque mientras estos se la rifan ahora si, a valor mexicano, los políticos están hechos del poder político constitucional, y de los garantes del mismo: Ejército y policías para combatir a los otros depredadores, entre ellos los narcos, la mayoría obligados a ser delincuentes porque se sienten excluidos, sin oportunidades de desarrollo o, simplemente, no tienen trabajo , lo cual los impulsa a morir de pie que vivir de rodillas o “como un pobre diablo”, según dice el verso. Nada justifica delinquir, pero, ante la necesidad y el hambre, qué hacer si los gobernantes no son justos ni ven por sus gobernados, sino sólo por ellos mismos, sus familias y secuaces.